Satán tuvo una hija, Erika, y con ella quiso dominar a la
humanidad. Después de engendrarla le dio apariencia humana y la envió a
la tierra para que se criara en el seno de una familia que, ignorante por
completo la naturaleza de su hija adoptada, le dio calor y cariño. Satán tenía en
mente que debía salvaguardar su identidad, así que envió a la niña como un bebé, sin
conocimiento de sí misma ni memoria.
La niña fue al colegio, tuvo amigas y amigos, conoció gente,
viajó, aprendió idiomas y costumbres. Sus padres humanos le enseñaron a comer,
a vestirse, a relacionarse. Como su desarrollo fue perfectamente humano ella
aprendió, como sus amigos, a través de la vida.
Se sabía diferente porque no conseguía amar. Erika no se
enamoraba de nadie. Y tampoco parecía importarle. Consciente de que sus amigas y
amigos referían sentimientos que ella no parecía abrigar, observaba sus idas y
venidas en el terreno del amor. Ella no lo necesitaba, pero
entendía que era importante para ellos.
Sus padres, que desde niña habían
advertido en ella una fuerte independencia mental, habían sabido inculcarle los
conceptos de equidad, libertad y justicia. Erika respetaba a los demás tanto
como a sí misma. Sin ideología ni creencias, se regía por sus principios.
Entendía y aceptaba las imposiciones de la moral y las
buenas costumbres. No experimentaba la vergüenza pero entendía las situaciones
vergonzantes y gestionaba su comportamiento para que éstas no se produjeran.
Valoraba y comprendía bien la necesidad afectiva de sus padres, familiares y
amigos y procuraba no dañarles.
En su 25 cumpleaños recibió la visita de Satán. Primero en
forma de sueño, una visión de su encuentro, que tendría lugar el día después. Erika se despertó
sobresaltada. Al volver a dormir se repitió exactamente el mismo sueño. Volvió
a despertar, esta vez menos asustada, y se durmió de nuevo. Por tres veces soñó
exactamente lo mismo.
Al día siguiente, por la tarde, las cosas se sucedieron una tras otra igual que en el
sueño, y en el momento justo se apareció su padre. Erika tuvo en aquel momento
la revelación súbita de quién era él, de quién era ella, y qué les unía.
Satán
le ordenó que volviera a su reino. Con su conocimiento de los sentimientos humanos
podría, por fin, vencer al poder de la creación.
Mientras Satán hablaba Erika tenía la mirada perdida, como si viera a su través.
Sentía que aquel ser era realmente su padre, y notaba la fuerza de la sangre.
Sus principios la obligaban a quererle y respetarle.
Los mismos principios la obligaban a repudiarle.
No sabía qué hacer.
No sabía qué hacer.
Tal vez puedas ayudar a Erika. Si lo rechaza contraviene su principio de respetar a su padre; si le obedece contraviene su
principio de bondad.
¿Cuál es tu consejo?